Viajar sola y perderlo todo… (Parte II)

Desde mi humilde opinión, mayo y junio son los mejores meses para viajar a Europa. La temporada alta del verano no ha empezado y los días inician a eso de las 5 am (con un sol de mieeedo) y terminan con un anochecer a eso de las 10.15 pm. Es decir, alcanzan perfecto para hacer todo, aunque es importante considerar que lo más probable es que uno acabe como trapo después de todo el día pensar “Seeee, sí me da tiempo; todavía es temprano”, para después darte cuenta de que ya es tarde y ya casi amanece. WTF.

Para continuar mi relato, ya era martes ahí y en China, y me di permiso de quedarme en la cama un buen rato sin hacer nada más que ver pasar mi TL de Twitter, revisar Instagram y contestar mensajes valiéndome gorro las horas de diferencia. Pero el rato de esparcimiento terminó cuando recordé que me había ido a dormir con el estómago vacío, así que pasado un rato me levanté y me di el ansiado y necesario baño. Bañarme es uno de mis placeres favoritos, pero en circunstancias como estas es una cosa indescriptible, y se siente como casi un lujo. Gracias por existir agua caliente, y benditos sean los inventores del shampoo, el jabón, y más aún los del acondicionador. Su combinación le cambia el humor a cualquiera.

Cuando estaba lista para dejar el primer depa, me asomé por la ventana y vi un árbol enorme afuera. Hacía un sol increíble. La feria que por la noche parecía más bien una instalación kitsch había cerrado y la vida diaria de los portuenses ya había iniciado. Había mucha gente en la calle, los cafés ya estaban abiertos y los coches y camiones se mezclaban por la avenida. Había que salir y hacerles segunda. ¿Caminar 15 cuadras o pedir un Uber?... Ya somos mayores y no olvidemos la mochila de 12 kg. Uber it was.

Una vez que dejé la mochila en consigna en la estación de metro, me senté en el primer lugar con mesitas afuera y comí mi primer alimento en más de 12 horas. Entonces comprendí por qué llevaba tanto tiempo con ganas de matar a alguien, mientras le daba un sorbo a un café africano que sabía al mismo cielo. Poco a poco el alma me fue volviendo al cuerpo y mi cabeza reaprendió la siguiente lección “Siempre hay que traer en la bolsa aunque sea unos cacahuates”. Y entonces recordé cómo en el viaje anterior me había llevado una caja de barritas energéticas por un consejo atemporal del Diablo Guardián. Les digo, esas huellas permanentes de los ausentes.

Con el corazón contento, como manda el famoso dicho que alude a la comida, comencé entonces mi recorrido. Oporto es una ciudad pequeña en donde el turismo apenas comienza a ser algo cotidiano. Por ello, la gente que ahí vive todavía es muy amable, los precios son accesibles y entrar a un lugar turístico no implica hacer largas filas. La arquitectura es una belleza y hay buena comida y bebida por todos lados. Buen inicio, buen augurio.

Entre el Turibus y los mapas siempre he preferido el primero. Cuando viajo sola me gusta tomarlo y dar una vuelta completa para ver qué hay, sobre todo cuando el lugar es pequeño. Así que me voy fijando en los lugares que más me interesa conocer y a la segunda vuelta me voy bajando, camino (muchas veces sin rumbo) y tarde o temprano doy con los lugares. Fue así como llegué a la Librería Lello.

¡Ah, la Librería Lello! Pensé en tanta de mi gente ahí. Prácticamente en todos los que sé que disfrutan la lectura y que habrían estado tan sonrientes como yo cuando di el primer paso en el lugar que simplemente es be-llí-si-mo. Y entonces sí, comprendes que estás lejos, en un lugar nuevo y no puedes más que sentirte muy afortunada. Me paré al borde de la escalera y miré el vitral del techo sonriendo como mensa. Después subí y asomarme desde el segundo piso me dio vértigo. Fue ahí en donde encontré primeras ediciones de muchos libros. Olía raro, como bonito.

Para Oporto sólo tuve menos de 24 horas, así que el tiempo apremiaba. Y para los que me preguntan cómo logré ver tanto en tan poco tiempo les diré que eso de viajar sola te permite hacer todo bajo tus propios términos y en tus propios tiempos. No hay sobremesas y todo se trata de ti en el punto máximo del egoísmo. Y esto también lo retomaré más adelante porque al final eso resultó ser algo así como una epifanía, pero esa… es otra historia.

A Portugal, al menos a Oporto y Lisboa, es necesario observarlos desde las alturas. Imperdibles las torres con miradores. Necesario también para el paladar y para el alma viajera sentarse a observar las casas de todos colores mientras tomas vinho verde (no, no es un error de dedo y no, el vino no es de ese color). El descubrimiento de este último fue gracias a mi libro de Leonora Carrington, del que, por cierto, encontré muchas referencias no planeadas a lo largo de mi viaje, pero esa… también es otra historia.

En Oporto hay comida, mucha; también hay buen vino, muchísimo y muy barato. Las mejores bodegas están justo al lado en una pequeña ciudad llamada Gaia, a la cual se llega cruzando un puente visualmente impresionante llamado Puente Don Luis I. Puentes también hay muchos y todos regalan paisajes dignos de muchas fotos. Es decir, si tuviera que resumir Oporto en pocas palabras les diría Librería Lello, arquitectura, buena comida e ídem bebida. A Oporto hay que ir, aunque sea corriendo. Y antes de correr a donde sea que uno vaya es indispensable recorrer la Rua Santa Catarina y sentarse en el café Majestic a tomarse un café muy despacito. 

Y entonces sí, se le puede poner palomita a este bonito lugar ubicado al norte de Portugal y correr al aeropuerto para volar a Lisboa…

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Verónica Gsm
Fanática de la utopía y cursi de clóset. Nómada. Creo en lo que no cree casi nadie y desconfío de aquello en lo que creen muchos. Mi alter ego se llama Violetta. Nunca me he enamorado a medias; me enamoro o no y cualquiera de las dos, se me nota. Algo Facebookera pero muy Twittera. Me gustan las historias ajenas y las frases sueltas. No corro, no grito y no empujo. Terca como mula y aferrada como capricornio. Cuando el mundo se me enreda, camino y si se me pone muy de cabeza, tomo una maleta y me voy a dar el rol. Tengo adicción por los mensajes de texto y/o las visitas inesperadas a deshoras de la noche; por NY, por San Cris, por los "chick flicks", por los libros de Angeles Mastretta y por los chocolates con mazapán de Sanborns. De vez en cuando practico el autoboicot. Escribir es el saco que me cobija y a veces ese saco le queda a alguien más.

Fologüers.