Viajar sola y perderlo todo (Parte I)

“Viajar no siempre es bello. No siempre es cómodo. A veces duele, a veces te rompe el corazón. Pero está bien. El camino te cambia, y debería hacerlo; deja marcas en tu memoria, en tu conciencia, en tu corazón, y en tu cuerpo. Te llevas algo contigo. Ojalá dejes algo bueno también”.
Anthony Bourdain.

Sé lo dramáticamente engañoso que puede resultar mi título, pero en realidad no podría ser más literal porque he venido aquí a intentar hacer una crónica de los 17 días más rápidos del oeste; de lo que representó poco más de la mitad de mi mes de junio, y de mi andar por lugares desconocidos y lejanos perdiendo todo, hasta el miedo.

Subirse a un avión por más de 5 horas es poner al cuerpo en una situación extrema que ha perdido dramatismo, intensidad y hasta importancia como todo aquello que hacemos ya mecánicamente, pero lo cierto es que intentar buscar acomodo pasado ese tiempo es una labor titánica. Esto sin contar los factores externos que pueden hacer de este reto físico un verdadero vía crucis.

El mío lo fue desde la hora uno hasta la once porque la “suerte” puso a mi lado a unos lindos gemelos de pelo rubio que antes de despegar nos sonreían a todos mientras que todos sonreíamos de vuelta sin imaginar que horas después estaríamos pidiéndolos en sacrificio. Filas más adelante, otra inocente criaturita lloraba desde el momento mismo en que pisó el avión. Y uno pensaría “Se va a cansar, se va a quedar dormida”, pero cuando se es demasiado optimista, uno suele equivocarse a lo grande.

Una película, dos películas, medio capítulo de una serie, otro capítulo de otra, unas cuantas páginas de mi libro de Leonora Carrington, dos horas mal dormidas; ¡Señor, por amor a Cristo, deje de sorberse los mocos!, y todo lo anterior ambientado por los angelicales llantos de los tres bebés antes mencionados que a ratos lloraban a coro, a ratos (cortos) daban tregua y en no muy pocos se turnaban para mostrarnos lo saludables que eran sus pulmones nuevos. “¿Carne o pasta?” … “¡Drogas, señorita! Drogas fuertes o en su defecto un arma”.

Claro que cuando el vuelo es de ida, la adrenalina y la emoción juegan un papel importante que te inyecta fuerzas y un entusiasmo extra. Claro que la gente normal, después de 11 horas de vuelo, llega a su destino, se establece en él, deja sus maletas y decide si turistear o descansar. Pero “normal” no es un adjetivo que incluiría en mi biografía de Twitter y en cuanto toqué tierra en Madrid, lo primero que hice fue dejar mi mochila en resguardo y correr al centro por vino y tapas para horas más tarde volver al mismo aeropuerto para subirme a OTRO vuelo.

El tema de la maleta merece sus propios párrafos porque me dio las más grandes lecciones. La primera: YA – NO – ES- TOY – EN – E – DAD de ir por la vida (consideren la vida como calles y avenidas de todos tamaños, aeropuertos, estaciones de tren y de metro; todos hirviendo de calor) cargando 12 kg sobre mi espalda. Simple y sencillamente los tiempos de viajar de “mochilazo” murieron en mi último viaje de tal índole y eso fue en 2014, sólo que me vine a enterar ahora, cuando ya la traía sobre mis hombros. 

Segunda lección… Es verdaderamente complicado encontrar algo en una pinche mochila, por lo que tuve que hacerla y rehacerla una incontable cantidad de veces hasta llegar a sentir ganas de sacar la ropa interior que quedaba limpia, meterla a mi bolsa de mano y aventar la tal mochila y su contenido a un río. Después recordé que la había comprado a meses sin intereses y me dolió el codo… junto con la cintura, la espalda, la columna y la dignidad de sentirme un poco anciana por desear con toda mi alma tener una maletita de ruedas. Este tema lo retomaré más adelante.

En fin… El famoso OTRO avión tenía que haber despegado a las 7 pm, pero como Murphy trabaja en horario abierto, despegamos de Barajas pasadas las 9.15 pm. Imaginarán que para entonces mis instintos asesinos ya estaban en ebullición, pero como premio de consolación aterrizar en Oporto me devolvió una hora de vida que igual no resultó suficiente porque para cuando me bajé del metro con rumbo a mi primera casa prestada eran casi las 12 am y la calle era un desierto en el que un 7 Eleven habría sido un oasis. En las 5 cuadras caminadas hasta mi destino lo único que encontré abierto fue una feria con todo y carritos chocones. Todo era muy Woody Allen pero mi humor era muy Tarantino.

Hecha un trapo, muriendo de hambre, pero con depa “nuevo”, me quejé telefónicamente hasta por haber nacido. Hasta tuve la puntada de aventarme un “¡Qué estaba pensando!, ¡No lo vuelvo a hacer!” refiriéndome a un viaje de 17 días que tan sólo llevaba 24 horas y que todavía me deparaba muchas sorpresas, solo que en ese momento TODO era una tragedia de grandes dimensiones.

Pero hay voces que dan calma incluso a la distancia y sobre todo cuando para esa voz eran sólo las 6 PM. En aquel momento me sentía la mujer del futuro, pero a este remedo de súper heroína la vida no le dio ni para ponerse la pijama, ni para darse el ansiado baño con el que soñaba antes de salir de Barajas. Tal cual colgué aquella llamada, tal cual caí como una tabla con lo mismo que llevaba puesto.  El martes oficialmente había iniciado y no era buen momento para pensar “Mañana será otro día”…

Comentarios

  1. Lo siento pero yo si quiero la historia completa de un jalón, no seas así, estás peor que Netflix dejándonos con dudas cada capítulo, por cierto Gracias por las menciones en tu reseña.

    Ya me dejadte picado! Cuando la continuación?

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    1. Jajaja! Es que vi que la fórmula les funcionó tan bien con la serie de LM, que ya voy igual, a cuentagotas, ja!. Gracias por leer, George. Ya está la nueva entrada ;)

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Verónica Gsm
Fanática de la utopía y cursi de clóset. Nómada. Creo en lo que no cree casi nadie y desconfío de aquello en lo que creen muchos. Mi alter ego se llama Violetta. Nunca me he enamorado a medias; me enamoro o no y cualquiera de las dos, se me nota. Algo Facebookera pero muy Twittera. Me gustan las historias ajenas y las frases sueltas. No corro, no grito y no empujo. Terca como mula y aferrada como capricornio. Cuando el mundo se me enreda, camino y si se me pone muy de cabeza, tomo una maleta y me voy a dar el rol. Tengo adicción por los mensajes de texto y/o las visitas inesperadas a deshoras de la noche; por NY, por San Cris, por los "chick flicks", por los libros de Angeles Mastretta y por los chocolates con mazapán de Sanborns. De vez en cuando practico el autoboicot. Escribir es el saco que me cobija y a veces ese saco le queda a alguien más.

Fologüers.