Mi experiencia con el Método Konmari.

Marie Kondo es una mujer pequeñita de origen japonés, de sonrisa fácil y (según ella misma lo dice) amante del caos… aunque yo más bien diría que lo que ama es la transformación del mismo en un lugar de paz y amor.


Es bien sabido que la cultura japonesa tiene un amor admirable por el orden y la pulcritud, y Marie Kondo llegó a Netflix con una serie en donde explica paso a paso cómo lograr que los espacios de una casa, desde el closet, hasta la cocina, luzcan no solamente ordenados, sino que además contengan únicamente aquellas cosas que realmente hacen sentir felices a sus dueños. Ademas, en su propuesta hay un montón de metáforas que también podrían aplicarse para arreglar otras cosas que no sean precisamente tu casa.

Quizá de entrada haya para quienes toda esta idea no suene más que a una enorme curisilería y a un pretexto Millennial para aprender a doblar ropa, pero lo cierto es que el fondo de la propuesta de Marie tiene mucho sentido y puedo decirles que a mí sí me funcionó y sí me ha hecho sentir más feliz.

Miren que este sagrado hogar no es para nada como los que aparecen en la serie. De entrada, mi departamento cabría en la cochera de cualquiera de las casas que Marie ayuda a transformar, así que el trabajo fue mucho menor. Por otro lado, dado que en mi casa materna se guarda TODO bajo los parámetros del "por si acaso, por si las dudas y por si algún día", en este hogar tenemos el trauma opuesto y tiro y me deshago de cosas a la menor provocación. El desapego material que hay en este domicilio no es tanto una virtud como un producto del micro-caos en el que viví por años.

Lo anterior no quiere decir que mi labor al aceptar el reto KM haya sido un regalo y la sorpresa fue justo esa. A pesar de creer que aquí sólo había lo necesario, llegó Marie Kondo en espíritu y con su carita risueña a decirme "No, chula. Échale más ganitas".

Decidí desobedecerla un poco desde el inicio, ya que según ella uno no debe empezar por habitaciones sino por cosas, por ejemplo: ropa, documentos, cosas con valor sentimental, etc. Pero a mí me dio la gana empezar por habitaciones y la primera elegida fue la cocina.

Si usted lector anónimo de este blog me conoce, sabrá que esta no es mi habitación favorita ni la más usada. No me gusta cocinar y aunque ahora lo disfruto un poco más, es algo que evito. Así que empezamos con los sartenes. Tenía uno ya sin mango, más quemado que su dueña y con el teflón en estado de coma, el único motivo por el que lo conservaba era porque era parte de una batería que alguien muy importante me había regalado en un momento ídem, pero lo cierto es que el sartén ya gritaba "¡Jubílame, por Dios!". Tampoco crean que obedecí en la parte de abrazar los objetos y darles las gracias antes de desecharlos, nomás basta con acordarte por un momento de cuando te hicieron muy feliz y colocarlos amablemente en una caja.

Y así fui revisando cada cosa, Tuppers sin tapa: adiós; utensilios que jamás he usado y en algunos casos no sé ni para qué sirven: adiós; comestibles caducos: ADIÓS, y así… el resultado, la cocina ahora luce como un lugar en donde sí se antoja preparar algo y en el cual sé exactamente en dónde está cada cosa o qué es lo que falta realmente para no estar comprando doble… o triple (como los 3 repuestos para encendedor de estufa que aparecieron en un cajón).

Por supuesto que el reto mayor lo representaba el closet, sobre todo porque había una cantidad incontable de prendas que me recordaban cosas, las cuales yo no quería desechar, ni abrazar, ni darles las gracias. El apego a la memoria, que le dicen. Y si bien no todas se fueron, el resumen es que de este mini closet en donde guardo mi ropa y zapatos, salieron 3 bolsas jumbo de basura llenas y con destino al Ejército de Salvación. 

Amo el hecho de que Miss Marie Kondo ame las cajas y quiera acomodar todo en ellas. Me parece no sólo práctico sino bonito. La parte de cómo doblar la ropa para que no sólo quepa mejor sino que puedas encontrarla más fácilmente también me encantó. Y no es que una no supiera doblar ropa, es que también se vale aprender métodos nuevos, pero nos estamos acostumbrando demasiado a subestimarlo todo, como si lo que hemos aprendido hasta hoy no pudiera ni debiera modificarse ni mejorar. Lo anterior aplica en muchos ámbitos. En fin...

Después del closet vino el estudio, AKA Panic Room porque de unos meses para acá se convirtió en una mini bodega en donde se guardaron regalos de navidad, cumpleaños (con sus respectivas bolsas o cajas) y demás objetos para los que no había encontrado un lugar. <>. Debo confesarles que este espacio aún no lo termino pero estoy en ello. Al menos ya es posible visualizar el escritorio.

También saqué películas, quedándome únicamente con mis favoritas o con aquellas que no encuentras en ningún servicio como Netflix. En otros temas, la sugerencia de MK es no tener más de 30 libros en casa. Esto primero me escandalizó un poco, pero una alumna hizo el favor de explicarme por qué los japoneses piensan así y resulta que tiene mucho sentido (luego se los cuento) y por otro lado pensé si realmente todos los libros que tengo me hacían sentir "feliz", así que decidí que hay algunos (pocos) que deben salir de aquí para encontrar nuevos ojos que los vean con más cariño.

A mis amigos les ha causado mucha gracia mi misión, pero yo ando con el espíritu de MK a todo, y en mis adentros sé que también tiene que ver con un proceso emocional, así que esta serie no pudo caerme en mejor momento.

Como todo en la vida, habrá a quien le parezca bueno o útil, y habrá a quien no. Yo sólo vine a contarles que a mí no me cambió la vida, pero sí se siente más bonito despertar e irte a dormir viendo orden y sabiendo que los objetos que te pertenecen tienen un motivo para estar ahí, aunque sólo tú lo conozcas.

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Verónica Gsm
Fanática de la utopía y cursi de clóset. Nómada. Creo en lo que no cree casi nadie y desconfío de aquello en lo que creen muchos. Mi alter ego se llama Violetta. Nunca me he enamorado a medias; me enamoro o no y cualquiera de las dos, se me nota. Algo Facebookera pero muy Twittera. Me gustan las historias ajenas y las frases sueltas. No corro, no grito y no empujo. Terca como mula y aferrada como capricornio. Cuando el mundo se me enreda, camino y si se me pone muy de cabeza, tomo una maleta y me voy a dar el rol. Tengo adicción por los mensajes de texto y/o las visitas inesperadas a deshoras de la noche; por NY, por San Cris, por los "chick flicks", por los libros de Angeles Mastretta y por los chocolates con mazapán de Sanborns. De vez en cuando practico el autoboicot. Escribir es el saco que me cobija y a veces ese saco le queda a alguien más.

Fologüers.