De violencia cotidiana...

Nota: Al cierre de esta edición... más bien a las casi 24 hrs de haber sido escrito este post, alguien me sacó la Blackberry de la bolsa en el metrobus. Cabe señalar que viajaba en el vagón de mujeres. Sad but true.

Yo comienzo este post confesando que hasta antes de la semana pasada, el nombre de Efraín Bartolomé no me habría remitido a ningún significante ni significado. Hasta el día de hoy sigo sin conocer su obra y a diferencia de varios usuarios de redes sociales, no me salió el fanatismo en cuanto pasó lo que pasó.

Ahora sé que es un renombrado poeta que además nació en mi muy querido Chiapas y sé también lo que saben muchos de ustedes después de leer la narración-denuncia que escribió y en la que plasmó como el 11 de Agosto en la madrugada, supuestos elementos de la PFP irrumpieron en su casa sin ningún tipo de documento que lo justificara y peor aún, con lujo de violencia.

Después de leerlo, de ir más allá de su profesión que me era desconocida y lograr ponerme en los zapatos de un ser humano que se sintió indefenso en el lugar en donde supuestamente nos sentimos más seguros, su propio hogar, me invadió el miedo terrible de vivir aquí. Pensé en mi familia, en mis amigos, en la gente que quiero y me los imaginé en una situación similar: indefensos, desarmados, completamente a merced de diez, quince, vayan ustedes a saber cuántas personas; para la época que vivimos, basta con una sola para sembrarnos la semilla del miedo.

Me pareció indignante que entraran de esa manera no sólo a la casa del poeta, sino a las dos contiguas y me pareció sumamente triste que no les importara que en una de ellas viviera una pareja octogenaria en donde la señora sufre de diabetes y ha padecido del corazón. Pensé en mi abuela.

Pero quizá lo que me dio más miedo es darme cuenta que este -y otro- tipo de noticias ha dejado de causarnos la sorpresa pertinente. Me causó mucha más intranquilidad saber que nos hemos acostumbrado a vivir en un país contrastantemente hermoso y violento; que el pan nuestro de cada día son las ejecuciones, las balaceras, las desapariciones, los asaltos y la violencia en general en todos sus niveles  y presentaciones, incluso pasando por el ahora tan bautizado y famoso "Bullying"

En su relato, Efraín Bartolomé cuenta que le robaron un reloj que había tenido por años. Para mucha gente un reloj es un simple objeto, pero cuando un objeto ha sido parte de ti tanto tiempo también es historia, es recuerdo y los recuerdos no se pagan ni se recuperan ni con el más nuevo reloj Mont Blanc. Ningún reloj podrá nunca alcanzar a ser el "usted disculpe" que consuele a alguien que vivió lo que vivieron Bartolomé y su esposa. 

Todas y cada una de las víctimas tienen nombre. Algunos tienen la "ventaja" de tener un nombre famoso que les permite denunciar con más facilidad, pero en el momento de la vejación, todos y cada uno de nosotros no nos llamamos de ninguna manera, somos simple y sencillamente humanos a merced de otros que supuestamente son de la misma especie pero han sido entrenados para olvidarlo.

Los que tuvimos suerte, algún día pudimos caminar de noche la costera de Acapulco, meternos a cenar tranquilamente o ir a bailar hasta el amanecer. La violencia ya no sólo  ha tomado Acapulco; el hecho de llegar por carretera se ha convertido también en un riesgo.

Esta misma semana nos enteramos del sobre-bomba que recibiera un maestro del ITESM en su propio cubículo. El sobre decía que se trataba de un premio. 

La pregunta con la que Efraín Bartolomé cierra su texto (el cual aparece íntegro al final de este post) es crucial "¿De verdad estamos tan solos?". La respuesta es aterradora.

"Miedo" es nuestra palabra más cotidiana, la que todos tenemos presente y que sin embargo es tanto y tan grande que nos ha llevado al letargo voluntario. De pronto resulta que vivimos en un país en el que ya TODO es posible y en el que esas cosas que sí pasan, ya ni siquiera nos parecen sorprendentes. Me duele, me preocupa, me llena de ansiedad. 

Y todos seguimos viendo correr la bola de nieve.

Texto de Efraín Bartolomé.

Son las 4:43 de la mañana del día 11 de agosto de 2011.
Hace aproximadamente dos horas un grupo de hombres armados irrumpieron en mi casa ubicada en Conkal 266 (esq. Becal), Col. Torres de Padierna, 14200, México, D. F.
Comenzamos a escuchar golpes violentos como contra una puerta metálica y me extrañó porque se escuchaba demasiado cerca y no hay ninguna puerta así en la casa.
Prendí la luz.
Los golpes arreciaban ahora como contra nuestras puertas de madera.
Quité la tranca que protege la puerta de nuestra recámara y me asomé al pasillo: hacia el comedor veía luces (¿verdosas? ¿azulosas? ¿intermitentes?) acompañando los golpes violentos contra el cristal que da al sur.
Mi mujer me gritó que me metiera.
Así lo hice apresuradamente y alcancé a poner la tranca de nuevo. Oí cristales rompiéndose y pasos violentos hacia nuestra recámara: rápidos y fuertes.
“¡Abran la puerta!” era el grito que se repetía antes de que empezaran a golpear con violencia mayor nuestra puerta con tranca.
Nos encerramos en el baño y busqué a tientas un silbato que cuelga de un muro sin repellar: comencé a soplarlo con desesperación, unas diez veces, quizá.
Mi mujer está llamando a la policía.
Les dice que están entrando a la casa, que vengan pronto por favor, que nos auxilien.
Yo sigo soplando el silbato con desesperación.
En la oscuridad, mi mujer se ubicó tras de mí mientras oíamos que la tranca de la puerta se quebraba y los hombres entraban. ¿Tres, cuatro, cinco?.
Quise cerrar la puerta del baño pero ya no alcancé a hacerlo.
Empujé unas cajas hacia dicha puerta y en algo estorbó los empujones.
“¡Abran la puerta! ¡Abran la puerta, hijos de la chingada…!” gritaban mientras empujaban y metían sus rifles negros hacia el interior.
Quise detener la puerta con mis manos pero no tenía sentido: vencieron mi mínima resistencia y entraron.
Policías vestidos de negro, con pasamontañas y lo que supongo que serían “rifles de alto poder”.
“¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Al suelo, hijos de la chingada! ¡Al suelo y no se muevan!”.
Uno de los hombres me da un manazo en la cabeza y me tira los lentes.
Alcanzo a pescarlos antes de que toquen el suelo.
Me quita el silbato.
−¡No golpee a mi esposo! –grita mi mujer.
−¡El teléfono! ¡Déme el teléfono! –le responde y pregunta si no tenemos otro teléfono o un celular.
Ella y yo nos arrodillamos primero y después nos medio sentamos en el suelo de cemento de este baño sin terminar.
Policías jorobados y nocturnos, como en el romance de García Lorca.
Quién lo diría: aquí, en nuestra amada casa donde cultivamos y enseñamos la armonía.
Aquí…
Justo aquí estos hombres de negro, con pasamontañas, con guantes, con rifles de asalto, con chalecos o chamaras que tienen inscritas las siglas blancas PFP, nos apuntan con sus armas a la cabeza.
Uno de ellos, siempre amenazante, nos interroga.
Dos más permanecen en la puerta.
− ¡Las armas! ¡Dónde están las armas!
− Aquí no hay armas, señor, somos gente de trabajo.
− ¡A qué se dedica!”
−Soy psicoterapeuta y escribo libros.
−¿Desde cuándo vive aquí?
− Desde hace treinta años…
−Cómo se llama.
−Efraín Bartolomé.
−Cuántos años tiene.
−60.
−A qué se dedica.
−Ya se lo dije, señor, soy psicólogo y escribo libros.
−Usted cómo se llama… –se dirige a mi mujer.
−Guadalupe Belmontes de Bartolomé.
−A qué se dedica.
−Soy arqueóloga y ama de casa.
−Cuántos años tiene.
−54.
Tranquilos. Respiren profundo… Voy a verificar los datos.
El hombre sale.
Oigo ruidos en toda la casa.
Están vaciando cajones, abriendo puertas, pisando fuerte sobre la duela de madera.
Oigo ruidos afuera, en el cuarto de huéspedes, en la torre, en el estudio de abajo.
Nos cambiamos de posición.
Mi mujer pone algo sobre el frío piso de cemento.
Cinco o siete minutos después regresa el hombre y repite su interrogatorio.
Si recibimos gente en la casa, con qué frecuencia, cada cuánto salimos de viaje, quién cuida entonces.
Respondemos a todo brevemente.
Dice nuevamente que va a verificar los datos y que volverá a decirnos porqué están aquí.
El tiempo pasa.
Oímos que abren nuestro carro en el garage.
Voces ininteligibles en el patio del norte.
Más tiempo.
Varios minutos después se oyen motores que se prenden y carros que arrancan.
Mi mujer y yo seguimos en la oscuridad.
Comenzamos a movernos.
Sólo silencio.
Nos incorporamos con cierto temor.
Salimos del baño hacia la recámara iluminada.
Desorden.
Cajones abiertos.
Cosas volcadas en el buró.
La chapa de la puerta en el suelo.
Restos de la tranca destrozada.
La puerta de tambor machacada y rota, pandeada en su parte media.
Salimos al pasillo: un cuadro en el suelo y abiertas las puertas de lo que fueron las recámaras de mis hijos.
Desorden en el interior: maletas y cajas abiertas, cajones vaciados.
Vamos hacia el comedor: uno de los vidrios roto en su ángulo inferior izquierdo, muchos cristales en el piso.
La puerta de la sala está rota de la misma forma en que rompieron la de nuestra recámara: la chapa en el suelo y fragmentos de duela en el piso.
Está abierta la puerta de la torre y prendidas las luces del cuarto de huéspedes.
Salimos por la puerta de la sala y nos asomamos con cierto temor.
Nada.
Mi mujer llama por segunda vez a la policía.
Es en vano: piden los datos una vez más.
Dicen que ya enviaron una unidad.
Llego a la barda y me asomo: no hay carros.
El portón del garage está intacto.
Bajamos las escaleras hasta la puerta de acceso: rota igual que las de adentro.
El estudio de abajo está con las luces prendidas.
De por sí desordenado, ahora lo está más.
Vamos hacia la torre y entramos al cuarto de huéspedes: cajones volcados, revistas en el suelo, cosas sobre la mesa, puertas del clóset colgando, zafadas de su riel inferior.
Subo al tercer piso: una esculturita de alambre volcada pero no se nota demasiado desorden.
Subo a los pisos superiores: no hay daño en la salita de arte.
En el último piso dejaron abierta la puerta a la terraza.
Volvemos al interior: queremos tomar fotos pero no está la cámara de mi mujer que estaba sobre el buró.
“¡Tampoco está la memoria de mi computadora!”, grita.
También se la llevaron
Quiero ver la hora y voy al buró por mi reloj: ha desaparecido mi querido Omega Speedmaster Professional que me acompañó por casi cuarenta años.
Tiene mi nombre grabado en la parte posterior: Efraín Bartolomé.
Oímos que un auto se estaciona y nos asomamos.
Mi mujer llama una vez más a la policía: lo mismo.
Ya tienen los datos pero nunca enviaron apoyo.
Indefensión.
Del auto blanco baja un joven y avanza hacia la esquina.
Se asoma y regresa.
Lo saludo y responde.
Le preguntamos qué pasa y responde que viene en atención a una llamada de su amiga que vive a la vuelta y a cuya casa también se metieron.
Mi mujer pregunta de qué familia se trata, cómo se apellida.
Magaña, responde el joven.
¡Es Paty!, dice mi mujer.
Salimos a la calle y voy hacia allá.
Encontramos a Patricia Magaña, bióloga, investigadora universitaria, acompañada de su papá, en la calle.
Entraron a ambas casas la de ella y la de sus padres, con la misma violencia que a la nuestra.
Patricia y su hija estaban solas.
Sus padres octogenarios también estaban solos.
Volvemos a nuestra casa vejada y con la puerta rota.
Atranco la destruida puerta de la calle.
Con todo, mantenemos una sorprendente calma.
“Pudieron habernos matado”, dice mi mujer.
Yo imagino por unos segundos nuestros cuerpos ensangrentados en el baño en desorden.
¿Sabe el presidente Calderón esto que pasa en las casas de la ciudad?
¿Lo sabe Marcelo Ebrard?
¿Lo sabe el procurador Mancera?
¿Ordenan Maricela Morales o Genaro García Luna estos operativos?
¿Sabrán quién fue el encargado de este acto en contra de inocentes?
Antenoche volvimos a casa levitando, en la felicidad más plena, tras la amorosa y conmovedora recepción del público ante nuestro libro presentado en Bellas Artes.
Un día después, en la atroz madrugada, la PFP irrumpe violentamente en nuestra casa, quiebra nuestras puertas, destruye los cristales, hurga sin respeto en nuestra más íntima propiedad, nos amenaza con armas poderosas a mi bella mujer y a mí, a la edad que tenemos…
Y pensar que también son humanos los que hacen esto contra su prójimo.
Subo al estudio a escribir esto.
Allá, abajo, la ciudad parece embellecida por la calma.
Arriba la impasible Luna de agosto, casi llena.
Son ya las 6:35 de la mañana.
La luz de oriente comienza a colorear y a inflamar el horizonte.
La policía nunca llegó.
¿De verdad estamos tan solos?

Comentarios

  1. Querida sis:
    En primer lugar me parece que has estado leyendo mucho porque cada día escribes mejor.
    Este artículo tiene gran calidad argumentativa sin embargo quisiera invitarte a una reflexión:
    Nuestra Ciudad tiene 22 millones de personas si coorelaciones los crímenes que se sucitan a diario te darías cuenta que en relación a la cantidad de gente no estamos hablando de cifras exorbitantes. Es verdad que hay una atmósfera de miedo pero porque se ha multiplicado, hasta convertirse en un estereotipo la difusión de la nota roja que no hace más que provocar el aumento del fenómeno y sobre todo dañar a nuestro País. En la era de la democracia se exalta la denuncia, pero hay que pensarse dos veces de qué y para qué sirve denunciar y sobre todo en dónde porque corre el riesgo de volverse contraproducente.
    Por otro lado esta mísma democracia ha convertido a las autoridades en "blandengues" a quienes se les recrimina más por los detenidos o perjudicados que por quienes no detienen. Hay que recordar que su función social (así como el crimen también tiene la suya) es el uso legítimo de la fuerza. Al pobre poeta este seguro que lo asustaron pero tampoco es que hayan violado sus derechos humanos ni a su esposa y su reloj ya lo tiene de regreso http://www.eluniversal.com.mx/notas/786222.html
    Lo realmente alarmante es que el gobierno mexicano con elecciones en puerta esta haciendo demasiado caso de la opinión pública que ahora tiene ganas de denunciar. No puede ser que liberen a una chica que fué señalada como cómplice de un asesinato porque todos la apoyaron en facebook y no porque se agotaron las pruebas, y que además vayan a casa del poeta y le callen la boca regresandole su apreciado reloj.
    Es tiempo de exaltar lo positivo de nuestro País.

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  2. Mi sis querida,
    Excelente reflexión!!! Tienes tanta, pero tanta razón. No sabía lo del famoso reloj que ya apareció y me parece una burla.
    Cuánto has crecido!!!!
    Ya regresa y tengamos estas pláticas en Pata Negra, por favor!!

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Verónica Gsm
Fanática de la utopía y cursi de clóset. Nómada. Creo en lo que no cree casi nadie y desconfío de aquello en lo que creen muchos. Mi alter ego se llama Violetta. Nunca me he enamorado a medias; me enamoro o no y cualquiera de las dos, se me nota. Algo Facebookera pero muy Twittera. Me gustan las historias ajenas y las frases sueltas. No corro, no grito y no empujo. Terca como mula y aferrada como capricornio. Cuando el mundo se me enreda, camino y si se me pone muy de cabeza, tomo una maleta y me voy a dar el rol. Tengo adicción por los mensajes de texto y/o las visitas inesperadas a deshoras de la noche; por NY, por San Cris, por los "chick flicks", por los libros de Angeles Mastretta y por los chocolates con mazapán de Sanborns. De vez en cuando practico el autoboicot. Escribir es el saco que me cobija y a veces ese saco le queda a alguien más.

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