De ser una mujer de "palabra"...
La maravilla más grande de las letras es su carácter de pragmáticas, esa intrínseca posibilidad de plantarse bajo los ojos de muchas personas y ser interpretadas de manera distinta por cada una.
Cuando las palabras se convierten en un modus vivendi, cuando escribes o revientas, cuando lo que se plasma en una o diversas oraciones tiene tanta importancia para uno, es necesario ser más cuidadoso de aquellas palabras entrantes que de las salientes. Al final de cuentas uno ha depositado sobre ellas un gran valor y tiende a cometer el error de creer que los demás les depositan lo mismo.
Quizá ese sea de mis mayores defectos y al mismo tiempo de mis mayores bendiciones. En una relación amor-odio, puedo decir que soy amante perpetua de las letras, de los textos mínimos que hacen retumbar emociones máximas y despiertan los 5 sentidos conocidos invitando a investigar si hay otros más. Así también puedo decir que ese amor me ha costado como cuesta cualquier otro que haya sido verdadero y a decir verdad, a la hora de olvidar, son siempre las palabras dichas las que me provocan más conflicto.
Un ejemplo claro de pragmatismo para mí está representado por "La insoportable levedad del ser" de Kundera. La primera vez que lo leí me pareció aburrido, hasta depresivo. Años más tarde volví a leerlo y me sentí identificada hasta las lágrimas con Teresa. Así son las letras, así son los contextos.
Mis palabras no siempre tienen sentido, algunas veces ni siquiera tienen un destinatario, pero de lo que casi nunca carecen es de un "porqué". Las cosas más básicas de mi persona están siempre escondidas entre líneas; a veces soy de fácil lectura como un comic semanal y otras tantas, como hoy y parafraseando al mismísimo demonio, soy lo más parecido al "Laberinto de la Soledad" de Octavio Paz.
Comentarios
Publicar un comentario