Me sentí expuesta.
Escribo desde hace ya mucho tiempo. Soy de la generación que tuvo y llenó diarios de papel no porque el journaling fuera mainstream, sino porque no teníamos de otra. Escribía en diarios, escribía cuentos y guiones; primero en Hi5, luego en otro blog, después en este; luego vino Twitter, más tarde El Sol de México, la revista En Viva, y finalmente el periódico Milenio.
Escribo porque me sirve, porque me drena lo mismo el azúcar que la pus.
Cuando las redes sociales llegaron a mi vida me parecieron el mejor lugar para ir a depositar cualquier cosa que sintiera ganas de decir. En algún momento Facebook hospedó las Leyes de GonZen y luego vino Twitter, que me permitía lanzar frases al aire sin que supiera (ni me importara) quién las leía. La mejor definición de esa bonita red social a la que me niego a llamar X la escuché de Lore Rivera: "Es como una bolsa de papel en la que respiro de vez en cuando". El problema es que esa bolsa últimamente huele mucho a que alguien ya vomitó previamente en ella. Como todo lo bonito, se corrompió y ahora parece más bien el rincón de los lamentos y una oda a las "buenas costumbres" que pretenden imponer unos cuantos y cuya vida y actuar seguramente son intachables. Hay que decir y reconocer que es un juego en el que se cae fácilmente.
Hace no mucho comencé a notarme un pudor que a últimas fechas me incomoda. Me incomoda sobre todo en aquellos lugares en donde se supone que me lee gente conocida y querida. Ya lo había visto, pero en diciembre del año pasado, después de que muriera mi perrita Amélie en circunstancias que también encontrarán en este blog, me fue muy evidente.
En octubre también del año pasado volví de hacer el Camino De Santiago. Esa entrada de blog la pueden encontrar a partir de hoy porque cuando la publiqué la primera vez me leí y me sentí encuerada y juzgada por mí misma. Y es bien sabido que no hay peor juez de uno que su sombra. Ante esa sensación, mejor borrar. ¿Mejor para quién?
Después, cuando pasó lo de Amélie, y justo cuando mi crisis tocó fondo, publiqué una entrada el día de mi cumpleaños. Era una entrada rota y honesta, tal y como me sentía. Duró menos de una hora arriba porque después volví a leerme y me preocupó demasiado el qué dirán y el "qué dijeron" algunos. Desde ese día y hasta hace poco desactivé los comentarios de mis publicaciones. Me sentí evidenciada y no me gustó, y menos me gusta que cada vez me pasa más frecuentemente.
Pero ayer alguien a quien quiero mucho me compartió una carta de Aniko Villalba que dejo por aquí por si traen suficiente tiempo.
Me cimbró, me devolvió el poder que le he dado en muchos casos a ojos medianamente o nada conocidos. A estas alturas de la vida uno ya se dio cuenta que aquello que tiene que decir en realidad le importa a más pocos de lo que uno pensaría, pero que a esos, a los que (te) saben, y a los que no te saben tanto pero te leen con entusiasmo, hay que seguirles escribiendo. Pero mucho más que para ellos, hay que seguir escribiendo para uno, para no ahogarse. Una vez enviado el texto ya no soy responsable de lo que el otro interprete u opine. Pareciera que últimamente ya escribimos para después tener que justificarnos. Al menos así me siento yo y la responsabilidad de ello no es de nadie más que mía.
Así que aquí dejo esta entrada y la del Camino y espero venir por aquí con más frecuencia y frescura.
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